Joseph Brodsky en Venecia


Habrá que aprender ruso. O no, no por ahora. Por ahora hay que limitarse a escuchar: la cadencia de esa voz que deambula por la ciudad amada, su ira sosegada, luego el suave declive hacia la decepción o hacia el agua, luego otra vez su ascenso: ¿qué es lo que exalta? Los pasos de esa figura de hombros abatidos por la penumbra que el invierno pone en las calles. Las estatuas de ojos ciegos, los leones y su mudo rugido, la calidad de sueño o presentimiento que imponen esa voz y esa mirada entre luminosa y desconcertada.
Habrá que aprender ruso alguna vez.

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