«Sumérgete en su mundo de poder y enfréntalos, los tiburones te esperan».
Rodolfo Sánchez Gómez
Las imágenes del 20 de julio de 1969 —que parecían registradas desde la perspectiva de un selenita escondido bajo una roca— no mostraban gran cosa y nuestra imaginación seguramente hacía poético lo que veíamos: un par de momias obesas con cabeza de pecera pegando brinquitos de aquí para allá, dejando sus huellas sobre la doncellez de la superficie lunar; una bandera gringa asida a un tubito enclenque y un artefacto —el módulo lunar del Apolo 11—, que a la distancia de los años parece más el producto del papel aluminio, el gancho de alambre, el cartón corrugado y la cinta canela, que de la tecnología de punta de su época (por otro lado, me dicen que hay más potencia informática en el aparato con el que ahora redacto este texto que en la computadora que manejó todos los datos necesarios para llevar a buen término la misión, ¿será?).
Las imágenes llegaban acompañadas de diálogos, que según Lucho Navarro sonarían más o menos así:
LA LUNA: (piiip) wa wa watiusey (piiip) (scratch) wa wacha wa, royer.
HOUSTON: gatit gatit wacha wacha wa (brrrrrrrrr) wa wa wach (piiip), royer.
LA LUNA: (bzzzz) oquei wa wacha (scratch) yea yea (piiip), royer [...]
Después supimos que de un wachawacheo similar salió la frase de Neil Armstrong que se convirtiría en el lema de la aventura sideral:
Y sí, aquel año habíamos llegado lejos, pero nuestro mundo estaba entrampado en las broncas de siempre: guerras, revueltas sociales, asesinatos políticos, hambrunas... y uno que otro problema de orden doméstico. Una madrugada, mientras seguramenente algunos nos soñábamos astronautas, el tío Pepe llegó de su consultorio y encontró tapado el sanitario. Nos conminó a reunirnos en ese momento en la estancia: así nos enteramos que era posible limpiarse utilizando sólo tres cuadritos de papel.
Rodolfo Sánchez Gómez
live as if you’ll die today.
de la camioneta Chevrolet Tracker legalizada [año de fabricación no identificado]
con placas de circulación HYV-8926, avistada en Guadalajara, Jalisco, por la
Prolongación Américas, el jueves 9 de julio de 2009, hacia el mediodía).
Si quieres amarme bien puedes hacerlo,
tu cariño es oro que nunca desdeño.
Mas quiero comprendas que nada me debes,
soy ahora el padre, tengo los deberes.
Nunca en las angustias por verte contento,
he trazado signos de tanto por ciento.
Ahora, pequeño, quisiera orientarte:
mi agente viajero llegará a cobrarte.
Será un niño tuyo: gota de tu sangre,
presentará un cheque de cien mil afanes...
Llegará a cobrarte y entonces, mi niño
como un hombre honrado a tu propio
hijo deberás pagarle.
Lo que sí sé es que nací en una ciudad custodiada —vaya usted a saber por qué— por la justicia, la sabiduría y la fortaleza, a la que nunca deberá llegar el rumor de la discordia, y en la que nisi Dominus ædificaverit domum: in vanum laboraverunt qui ædificant eam. Nisi Dominus custodierit civitatem: frustra vigilat qui custodit eam.
Perla urbana, ciudad de las rosas, además de tradicional (¿señorial?) y moderna.
Cuna de mujeres guapas:
En la tierra mía
Que los negros ojos
De una Tapatía,
(Sin embargo, la maledicencia extratapatía se ha encargado de divulgar que, desde 1956 —casualmente yo nací en diciembre de 1955—, a los varoncitos recién nacidos el partero les introduce en el ano las falanges distal e intermedia del dedo medio de la mano izquierda con el fin de constatar que, si grita, el bebé será mariachi; si patea, futbolista, y si sonríe, joto.)
Desde la tele, el Tío Gamboín me pedía que no le fallara y el Tío Carmelo (un personaje al que recuerdo en blanco y negro) nos retaba: “a ver quién falla, si ustedes o yo... o yooooooohhhh...”. Por su parte, Canelita nos preguntaba cómo nos habíamos portado y si ya habíamos hecho la tarea.
De esa misma fuente emanaron sentencias aleccionadoras:
“El último minuto también tiene sesenta segundos”
“Esto no se acaba hasta que se acaba”
“El que nada debe nada tiene”
“¿Tienes el valor o te vale?”
u otras menos afortunadas, de consecuencias atroces, como aquella del que afirmaba que la solución éramos todos y que tendríamos que acostumbrarnos a administrar la abundancia:
Asistí a escuelas en las que debí comportarme virilmente (Viriliter Age). No alcancé el beneficio del mantra Spiritus Redimet Materiam porque mi padre, en el segundo de secundaria, me dijo que de colegios de paga él hasta allí llegaba. Así se me comenzó a pedir que trabajara y pensara (en ese orden).
Esta foto fue posteada originalmente para acompañar el ensayo «Gol», de Maribel Mandarina, que pueden leer aquí. Pero, como el otro día salió en la plática (en el grupo de los viernes, a propósito del ensayo que Ramón nos leyó, y que iba sobre un entendimiento virtuoso del olvido como la forma mejor que el mexicano tiene de sobrevivir), pensamos que no estaría de más colocarla más a la entrada del blog.
Como se anotaba en ese post original, la foto no es precisamente de un gol, sino de un gol que no fue tal. La tomó el fotógrafo Fabricio León en el instante justo en que Hugo Sánchez (gracias, Hugo) falló el penal decisivo que sacó a México del Mundial de 1986. La escena es del Salón Corona, de la Ciudad de México, y ahí se exhibe como un mural que dice mucho sobre esa forma mexicana de la fatalidad conocida como el «ya merito».

Apocalipsis 16:15
Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.
Mateo 16:27
En primera instancia, recordemos que el prólogo nos muestra a una comunidad (convertida en Gran Sanedrín) que es obligada a enfrentarse con una serie de dilemas morales, condensados en la figura de Tom Edison Jr (Paul Bettany), pseudoescritor y autonombrado líder espiritual de Dogville, un pueblito perdido en las montañas de Colorado, allá por la década de los treinta, en el siglo XX (época de tribulaciones y depresiones terribles, según cuentan). Con el desarrollo del filme, Tom se va convirtiendo poco a poco en una especie de Juan el Bautista, en un anunciador del regalo de la Gracia Divina. Para recibirla, a la comunidad de Dogville sólo le falta aceptación, algo de humanidad piadosa, y Tom sólo necesita un buen ejemplo para demostrarlo. Precisamente, Grace llega como caída del cielo, y tal como reza la vistosa profecía del epígrafe, ella aparece como un ladrón. No es gratuito que el personaje interpretado por Nicole Kidman se llame Grace, y que su primera entrada en Dogville sea para robarle un hueso a Moisés, el perro. La referencia hecha por Von Trier tiene un giro interesante: la profecía anuncia la segunda venida del hijo del hombre, pero nunca señala que aquél va a regresar encarnado en una mujer. Cabe mencionar que esto tiene resonancias con concepciones filosóficas acerca de un dios hembra que trascienden los límites de este texto (pero que abren otras vetas de exploración).
Así, ante la insistencia de Tom, la comunidad de Dogville en pleno acepta poner a prueba la presencia de Grace. Debido a la recomendación de Tom, Grace se dedica a hacer labores que en el pueblo «nadie necesitaba». Ello con el objeto de apelar al lado humano tanto de la comunidad como de Grace. Vemos entonces que la Gracia Divina es colocada en una posición de subordinación con respecto a lo que ella supone sus inferiores. Recordemos que Grace llega al pueblo investida en un manto lúgubre pero elegante, que la diferencia del resto de los habitantes. Sin embargo, ella asume gozosa hasta las tareas más innobles (como limpiar la suciedad de la hija de la sirvienta del pueblo). Esto hace referencia al famoso lavatorio de pies que Cristo hace a sus apóstoles para demostrar la virtud de la humildad. Debido a la posición privilegiada que tenemos como espectadores, nos damos cuenta de las transformaciones de la intimidad que experimentan los habitantes de Dogville: sus lazos se estrechan, y la vida comunitaria deviene armónica, feliz y radiante. Hasta que llega el comisario y coloca, en la iglesia, un cartel donde se anuncia la desaparición de Grace (¿simbolizando el propio extravío de la humanidad que busca sin cesar la gracia divina? Ello tendría un aspecto aún más trágico). Este evento sitúa a la comunidad de Dogville frente a un dilema que los va atravesar hasta el fin de la película: seguir con la reconfortante presencia de Grace en el pueblo, o entregarla a sus enemigos, quienes están prestos a crucificarla. La segunda venida del comisario, ahora ofreciendo una jugosa recompensa por Grace, agudiza los ya de por sí filosos bordes del problema (y no es gratuito que sea hasta la segunda venida en la que se desatan los eventos de mayor tensión del filme).
J. Igor I. González A.