Un mundo maravilloso, o la ideología hoy


J. Igor I. González A.


Sí. Por razones que no vienen al caso, y después de haberlo evitado con minuciosidad, finalmente tuve que ver la cinta titulada Un Mundo Maravilloso, dirigida por Luis Estrada. Desde luego, más que otra cosa, me guió el morbo. Preferí no leer ninguna crítica o reseña acerca del filme, porque no confío en las frecuentes sandeces de los encargados locales de realizar esa tarea. Además, quería entrar a la salita del cineclub «sin prejuicios» [as if it is possible]. Esperaba una denuncia tipo La Ley de Herodes, y así fue. Las atrocidades del sistema político mexicano quedan expuestas de manera clara, concisa, en el citado filme. La inconmensurable brecha entre la esfera política y la ciudadanía es puesta de relieve por Estrada con un tino certero. Las actuaciones de casi todo el elenco son poco menos que impecables. En última instancia, resulta indignante [y por ende, divertido] reconocerse en más de uno de los personajes. Tanto, que casi la totalidad de quienes estábamos distribuidos en las butacas soltamos una carcajada de vez en cuando. Tristísimo. ¿Por qué? Parafraseando a Clinton, no queda más que decir: «It’s the Ideology, stupid!». 
¿Acaso no se ha convertido en un lugar común afirmar que en estos tiempos postmodernos la ideología es un término rancio y vacío? Tras el derrumbe del socialismo realmente existente, sugerir que cualquier grupo dominante tienen una estrategia que pretende privilegiar una forma de ver el mundo [Weltanschauung] resulta una postura obsoleta y fuera de lugar. Un gran sector de la esfera académica actual [antes izquierdoso y radicaloide] desdeña en su jerga cualquier argumento que tenga que ver con la imposición de hegemonías intelectuales qua instrumentos de reproducción social. Los aparatos ideológicos del Estado ya no son tales —sugieren. Ahora son instancias burocráticas eficientes. Si antes la ideología era vista como falsa conciencia, la (in)acción social se ejemplificaba con el precepto piadoso de: «Porque no saben lo que hacen». La clase social subsumida tenía que ser «iluminada» (i. e. transitar de la conciencia en sí hacia la conciencia para sí) para, tras un proceso revolucionario, liberarse de la prisión ideológica, hacer estallar toda relación de dominación y convertirse en dueños de su propio destino. Devenir en los hacedores de su propia historia. Desde esta perspectiva, pareciera, en última instancia, que cualquier movimiento revolucionario está, en nuestros días, muy lejano. Si esto fuera así, resultaría incuestionable que la ideología ha muerto.
¿Que viva, en consecuencia, la ideología? Sin duda.
La película manufacturada por Estrada funciona precisamente, y sobre todo, sin querer, en esta dimensión afirmativa. Es probable que de haberse transmitido hace unos cuarenta o cincuenta años, dicho filme habría terminado en la desaparición o el exilio de todos los involucrados en él. Los mecanismos del poder hubiesen actuado para castigar al culpable y para hacerle saber al pópulo que aquello no estaba bien. En aquel México de antaño, la imposición de un modo de pensar estaba más que claro. Pero hoy, que vivimos en un régimen que presume de una supuesta apertura democrática, la libertad de expresión permite en apariencia que tengamos acceso a ese tipo de información. ¿Cuáles serían las consecuencias que tendrán Estrada y los demás participantes de Un mundo maravilloso? Más allá del probable beneficio económico que ello les traiga, prácticamente no tendrán ninguna en términos políticos. Cada quien es libre de decir y hacer lo que quiera. Nadie impone sus ideas. Frente a esto, algunos podrían decir, casi sin sentir comezón, pudor, o vergüenza, que la ideología ha muerto. Pero filmes como el de Estrada prueban lo contrario. Si antes el precepto que definía la ideología consistía en el «Porque no saben lo que hacen», hoy, como dijera el good old Žižek, radica precisamente en el «Porque lo saben, y aún así lo hacen». ¿Qué quiero decir con esto? Que la dimensión verdaderamente aterradora del funcionamiento de la ideología consiste en la ilusión de una libertad democrática. ¿Acaso el gesto más autoritario del régimen no consiste en permitir que pasen películas como esa? Recordemos que incluso la acción más subversiva tiende a legitimar un orden establecido. El papel que juega Un mundo maravilloso es estrictamente homólogo al que desempeñan los pseudocumentales de Michael Moore. Si no, ¿cómo explicar que al salir de las salas cinematográficas, los cineclubes, o de plano, desde el sofá siutado en la sala de casa, después de observar detenidamente un filme como el de Estrada, no nos levantemos en armas? ¿Cómo es posible que digamos con una sonrisa irónica dibujada en el rostro que el gobierno apesta? ¿En dónde queda nuestra indignación cuando le pagamos al viene-viene que medio nos lavó el auto mientras nosotros nos tomábamos un frapuccino venti con crema batida en el Starbucks, luego de haber visto la mencionada peli? La respuesta a estas interrogantes es clara: es la ideología, estúpido. Con más precisión: es la más aterradora forma de ideología: porque lo sé y aún así lo hago. Alguien debería prohibir películas como Un mundo maravilloso. No representan sino la cara más autoritaria del régimen y, para colmo, contribuyen a legitimarlo disfrazándose de denuncia. Qué asco.

| 0 comentarios »