Lars Von Trier, el último profeta

J. Igor I. González A.



He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza.
Apocalipsis 16:15

Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.

Mateo 16:27


¿Qué se obtiene si pasamos por el crisol de la posmodernidad del séptimo arte una profecía anunciada hace poco más de dos mil años? Una posible respuesta se encuentra en Dogville (2003), el primer pilar de la trilogía Estados Unidos: tierra de oportunidades, de Lars Von Trier (1). El guión perpetrado por este genial director se fundamenta en una estética minimalista y oscura que invita a participar al espectador de manera profunda en la creación misma del filme. Más allá de unas actuaciones más o menos aceptables (habría que destacar quizá a Zeljko Ivanek por su interpretación de Ben), la intención intersubjetiva de Von Trier se pone de relieve al mostrarnos un mundo en el que las fronteras entre lo público y lo privado son inexistentes, por lo menos para la audiencia. De este modo, es el espectador quien crea [en el imaginario] los muros, las puertas, las calles, y toda demarcación que parcela lo cotidiano: mientras que para los actores dichos elementos tiene existencia real, nosotros somos transformados en ojos omnipresentes, omnisapientes y ubicuos (casi encerrados en una pirámide, como en los billetitos verdes gringos). En este desafío intersubjetivo que obliga al espectador a ser partícipe en la manufactura fílmica se ponen de relieve, ya, los cortes «espiritualistas» y las evocaciones de «lo divino» que subyacen a buena parte de la propuesta de Von Trier. Es una suerte que el tratamiento que el filme hace del tema sea extremadamente ácido y no moralino, lo cual requiere una buena dosis de talento para no caer en una exposición vulgar de la miseria humana. Veamos pues, en qué podemos fundamentar una posible respuesta a la pregunta con que inicia este texto.
En primera instancia, recordemos que el prólogo nos muestra a una comunidad (convertida en Gran Sanedrín) que es obligada a enfrentarse con una serie de dilemas morales, condensados en la figura de Tom Edison Jr (Paul Bettany), pseudoescritor y autonombrado líder espiritual de Dogville, un pueblito perdido en las montañas de Colorado, allá por la década de los treinta, en el siglo XX (época de tribulaciones y depresiones terribles, según cuentan). Con el desarrollo del filme, Tom se va convirtiendo poco a poco en una especie de Juan el Bautista, en un anunciador del regalo de la Gracia Divina. Para recibirla, a la comunidad de Dogville sólo le falta aceptación, algo de humanidad piadosa, y Tom sólo necesita un buen ejemplo para demostrarlo. Precisamente, Grace llega como caída del cielo, y tal como reza la vistosa profecía del epígrafe, ella aparece como un ladrón. No es gratuito que el personaje interpretado por Nicole Kidman se llame Grace, y que su primera entrada en Dogville sea para robarle un hueso a Moisés, el perro. La referencia hecha por Von Trier tiene un giro interesante: la profecía anuncia la segunda venida del hijo del hombre, pero nunca señala que aquél va a regresar encarnado en una mujer. Cabe mencionar que esto tiene resonancias con concepciones filosóficas acerca de un dios hembra que trascienden los límites de este texto (pero que abren otras vetas de exploración).
Así, ante la insistencia de Tom, la comunidad de Dogville en pleno acepta poner a prueba la presencia de Grace. Debido a la recomendación de Tom, Grace se dedica a hacer labores que en el pueblo «nadie necesitaba». Ello con el objeto de apelar al lado humano tanto de la comunidad como de Grace. Vemos entonces que la Gracia Divina es colocada en una posición de subordinación con respecto a lo que ella supone sus inferiores. Recordemos que Grace llega al pueblo investida en un manto lúgubre pero elegante, que la diferencia del resto de los habitantes. Sin embargo, ella asume gozosa hasta las tareas más innobles (como limpiar la suciedad de la hija de la sirvienta del pueblo). Esto hace referencia al famoso lavatorio de pies que Cristo hace a sus apóstoles para demostrar la virtud de la humildad. Debido a la posición privilegiada que tenemos como espectadores, nos damos cuenta de las transformaciones de la intimidad que experimentan los habitantes de Dogville: sus lazos se estrechan, y la vida comunitaria deviene armónica, feliz y radiante. Hasta que llega el comisario y coloca, en la iglesia, un cartel donde se anuncia la desaparición de Grace (¿simbolizando el propio extravío de la humanidad que busca sin cesar la gracia divina? Ello tendría un aspecto aún más trágico). Este evento sitúa a la comunidad de Dogville frente a un dilema que los va atravesar hasta el fin de la película: seguir con la reconfortante presencia de Grace en el pueblo, o entregarla a sus enemigos, quienes están prestos a crucificarla. La segunda venida del comisario, ahora ofreciendo una jugosa recompensa por Grace, agudiza los ya de por sí filosos bordes del problema (y no es gratuito que sea hasta la segunda venida en la que se desatan los eventos de mayor tensión del filme).
La presencia de las manzanas, durante buena parte del filme, tiene una resonancia demasiado evidente en la literatura clerical como para abundar en ella. Luego de secuencias en las que Grace es convertida involuntariamente en adúltera, y se va hundiendo en una vorágine de humillaciones por parte de Chuck (una magistral interpretación de Stellan Skarsgard), Tom decide que es hora de que Grace escape. Para ello le pide a Ben que se la lleve del pueblo en un camión repleto de manzanas, por diez dólares (¿Judas y los treinta denarios de oro?). Durante el trayecto, Grace se come una manzana y se queda profundamente dormida. Hasta que es despertada por un terrible ladrido de Moisés, el perro de Chuck. Grace se da cuenta que aquellos a quienes creía sus amigos la han traicionado, la han condenado a llevar una pesada cadena al cuello, la cual simboliza, en última instancia, los propios pecados de los habitantes de Dogville. El desarrollo posterior de la trama enfrenta de manera terrible a Tom consigo mismo, con la miseria de su propio fracaso. Ante la incapacidad de soportarlo, éste decide entregar a Grace al gangster que, en un principio, la estaba buscando: ese hombre todopoderoso, el Gran Otro Lacaniano que encarna al Nombre-del-Padre, al cual no le veremos el rostro sino hasta el final de la cinta. Después de una relativa calma, la llegada de la comitiva gangsteril a Dogville se torna en todo un suceso: el pueblo en pleno sale de sus casas a ser testigos de la entrega de Grace. Ésta ingresa al auto y dialoga con su Padre, quien la inviste con todo el poder (tal como lo relata la otra biblia, la que narra las crónicas de Urantia). Los injustos habitantes de Dogville no olvidarán nunca esa tarde, la de su propio y particular día del Juicio: su Armagedón). Definitivamente, Lars Von Trier es un genio profeta y visionario posmoderno que nos narra, en buena medida, la segunda y deseperanzadora venida de Cristo.

1.- A Dogville le seguirían Manderley (2005) y Washington, la cual se tenía proyectada finalizar para el 2009, pero todo apunta a que la cinta seguirá en producción por más tiempo.

| 0 comentarios »