Vergüenza de parte de mujer

Édgar Mondragón

Voy a comenzar acelerando y dando vuelta en la primera esquina: tengo que decir que el concepto de vergüenza que voy a utilizar es distinto al uso normal que damos a la palabra. El sentido con el que me referiré a ella es el de un padecimiento: la enfermedad de la vergüenza.
La necesidad de tocar el tema nace del asombro: me sorprende que alguien pueda ver alterada su salud por tal causa. Claro que he escuchado a alguien en alguna situación incómoda decir que «muere de la vergüenza», pero no literalmente, sino más bien como una exagerada metáfora cursi.
Para los indígenas de algunas regiones de México el caso es diferente.
Viene entonces la entrada al camino: Gracia María Imberton escribió un libro completo sobre el tema, una investigación sobre la vergüenza en una comunidad chol en Chiapas
(1).
Entre otros, habla del caso de un hombre que edifica su casa, y tiene la oportunidad de utilizar materiales para construir un techo de lámina en lugar del típico de paja; la gente hace chisme y habla mal de él y su pareja: su mujer entonces enferma de vergüenza de lámina. El curandero, como en otros casos de vergüenza, sigue el procedimiento de curación; un ritual que incluye como elemento principal agua preparada con hierbas y aguardiente a la que se reza. Previamente, se remoja en el objeto o animal al que se debe el nombre de la vergüenza. En el caso de la vergüenza de lámina se utiliza el rocío de las mañanas en la lámina para agregar a la pócima. Luego se remoja un pañuelo con esta agua y se coloca en la cabeza del enfermo.
Otros ejemplos son similares: una mujer comete un error al cocinar pollo para sus invitados y ellos enferman del estómago. Irremediablmente ella enfermará de vergüenza de pollo. Agua remojada en pollo, preparada y rezada, la curará.
Ahora voy a tomar la primera curva: primero habría que aclarar que cuando los indígenas utilizan la frase «parte de mujer» la usan como un eufemismo para referirse a la vagina; ahora bien, cuando hablo de la vergüenza de parte de mujer no me refiero a una enfermedad ginecológica: la vergüenza de parte de mujer es un padecimiento emocional, psicosomático, y afecta en todo caso solamente a individuos del sexo masculino. Imberton escribe: «Cuando un muchacho se enamoró con esa muchacha, dijo que se va a casar con ella, pero de repente se casa con otra mujer, entonces tiene que andar de boca en boca: “¿por qué se casó con ella?, si yo fui la primera muchacha que conoció”, empieza la mujer y llega, “¿por qué hiciste esto, por qué te casaste con ella?”».
El joven rompió el compromiso, y la consecuencia ha sido enfermar de vergüenza de parte de mujer.
En principio parece que hay una justicia en la enfermedad. Sobre todo una justicia sobresalientemente favorable a la mujer afectada. Esto es significativo en una sociedad inundada en el machismo.
(2)
De regreso a un par de curvas sinuosas: después del ligero aire de equidad de género que enseña el origen de la vergüenza de parte de mujer, uno escucha los síntomas y cae en la cuenta de que hay detrás otros significados ocultos.
Imberton nos describe: «Pablo comenzó a tener problemas con sus manos. La piel estaba muy delicada y entre los dedos se abrían grietas que supuraban. (...) decidió visitar al curandero. Éste lo pulsó y diagnosticó vergüenza de parte de mujer, porque las grietas recuerdan a la parte de la mujer.»
Escuchar esto me remitió inmediatamente a Octavio Paz, cuando se refiere a la esencia del machismo del mexicano: «el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse”(...) Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza».
Todo este camino parece regresar una y otra vez al machismo, pero hay que detenerse y virar.
Chiapas es el lugar de donde supe de la vergüenza, así que voy a tomar esa dirección para buscar el origen de la enfermedad.
Lo que pienso es que un paseo por el Cañón del Sumidero puede darnos algunas pistas. Los guías que conducen al turista a través del río Grijalva, en la parte que se ubica en el fondo de la barranca, te pueden mostrar cómo entre las piedras y el musgo se esconde la figura de un árbol de Navidad o un caballito de mar. Pero sobre todo cuentan con orgullo la leyenda de como sus antepasados indígenas, cuando estuvieron acorralados por el ejército conquistador español, prefirieron arrojarse al vacío en un suicidio colectivo antes que verse vencidos. Jan De Vos, historiador belga especialmente interesado en Chiapas, desmiente esta leyenda en su libro La batalla del Sumidero.
Una curva rápida: Es posible que existiera entonces una vergüenza de guerrero, una vergüenza con síntomas tan horribles que una persona prefiriera caer 800 metros antes que sufrir la enfermedad.
Tal vez esto pueda acercarnos a tratar de entender esta serie de hechos ilógicos para nuestra cultura actual.
Ahora tomemos el camino de la cura de la enfermedad. La vergüenza de parte de mujer, como las otras vergüenzas, se cura de manera similar: se necesita de aguas preparadas y rezadas, remojadas con el origen del padecimiento. «Para la curación se requiere de agua en la que la mujer haya lavado su “parte”, sus órganos sexuales. Lo mejor sería —dice el poblador— que fuera agua de la mujer con la que no se casó, “si lo perdonó y es tan amable, pero va a estar difícil”. Si no, puede pedirse a cualquier otra mujer, aunque no es fácil ya que cuando el curandero “reza esta agua”, puede enfermar a la mujer donante».
El método simbólico permanece intacto: el enfermo, el origen de la enfermedad y el objeto que los relaciona, un símbolo, en estos casos invariablemente agua remojada en el origen.
Las dos curvas traseras: desde la perspectiva de una persona que vive en la ciudad todos estos casos parecen absurdos. Pero hay símiles de otros casos, en nuestra sociedad cercana, que parecen tener menor sentido. Conozco dos ejemplos parecidos a los anteriores como métodos de curación. Los dos coinciden en los componentes: el enfermo, el origen y el símbolo.
Primero: en un table dance una mujer pone un hielo sobre su vulva, el parroquiano observa. La prostituta acerca el hielo a la boca del cliente. Éste lo mastica. Está curado.
Dos: El Tucanazo es un bar de prostitutas que abre en la madrugada. De todos los lugares de la ciudad llegan las mujeres que no pudieron concretar la venta de sus servicios en sus respectivos establecimientos. Ellas buscan cerrar alguna transacción o simplemente divertirse en un ambiente más relajado. Los hombres llegan para continuar con la borrachera que les negaron seguir en los bares y table dances con horario regular. También frecuentemente para contratar una prostituta con mayor facilidad.
Una mujer platica con un cliente. Al mismo tiempo desenvuelve una paleta de dulce que saca de su bolsa: es una paleta De la Rosa. Da una o dos chupadas al dulce y sube en la mesa. Introduce en su vagina la paleta. Se la ofrece al cliente. El cliente chupa la paleta. Está curado.
La mente crea un padecimiento relacionado con un objeto. La imaginación crea un símbolo. La vergüenza se cura.

Ahora voy a dejar este camino. Tengo que dirigirme a otro lugar.


(1) Gracia María Imberton, La vergüenza. Enfermedad y regulación social en una comunidad chol, tesis de maestría en Antropología Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Chiapas, 1999 (publicada como La vergüenza. Enfermedad y regulación social en una comunidad ch’ol, PROIMMSE-UNAM, Colección Científica no 5, México, 2002).

(2) Una pequeña desviación en el camino: los casos de mujeres «castigadas» por una «afrenta» a un hombre abundan en la cultura popular mexicana. Carlos Monsiváis menciona, en Los mil y un velorios, el corrido de fines del siglo XIX: «Acúdase al ejemplo del “Corrido de Rosita Alvírez”, de asunto tan convencional y desenlace tan previsible. Rosita es coqueta y su pretendiente Hipólito es celoso; Rosita es la presa más codiciada, Hipólito es la furia que acecha; Rosita coquetea, Hipólito la mata».

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  1. Anónimo // 10:50 a.m.  
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