Y la nave va...

Este miércoles 5 de julio, a las 18:00 horas,
comienza el nuevo ciclo del
Taller de Ensayo Literario
de la Librería José Luis Martínez
del Fondo de Cultura Económica
(Av. Chapultepec 198, entre López Cotilla y La Paz, en Guadalajara).

Con más de dos años de trabajo ininterrumpido, el Taller de Ensayo Literario de la Joseluisa se afirma como un espacio de reflexión, discusión y camaradería en torno a la exploración de un género cuyas virtudes y felicidades son inagotables: tantas son, y tan vastas, que no dudamos en continuar.
Así, este miércoles 5 de julio a las 18:00 horas, arranca el nuevo ciclo, que como de costumbre tendrá una duración de cuatro meses. Las sesiones de dos horas tienen lugar, cada semana, en el Café de la Joseluisa.

El taller está dirigido a todas las personas que tengan gusto por la lectura y se interesen en el conocimiento de los principales ensayistas del siglo XVI a nuestros días. También abre espacio a la revisión de los trabajos de los participantes, de modo que éstos pueden ir presentando ensayos propios, que se discuten en cada sesión.

El costo es de $350.00 al mes por persona; como una promoción, quien desee cubrir los cuatro meses por adelantado pagará sólo $1,200.00 y recibirá un paquete de libros que le obsequia el FCE

Las inscripciones serán en la primera sesión del taller. Mayores informes en el teléfono 044331-246-7075, o en la dirección electrónica
azotecarranza@yahoo.com

PROGRAMA GENERAL

La séptima edición del Taller de Ensayo Literario de la Librería José Luis Martínez del FCE estará orientada por la atención a tres pares de cualidades del género: la agudeza y la profundidad que con ella se consigue, la liberalidad de la escritura al servicio del gozo en la lectura y la incumbencia personalísima de las ideas en pos de una incumbencia universal.
Puesto de otro modo, lo que se buscará será enfocar las lecturas, así como los ejercicios de escritura, sobre la detección —y la consecución, en el segundo caso— de rasgos estilísticos según los cuales el ensayista puede ser, como quería Octavio Paz, «ligero y no superficial, hondo sin pesadez»; veremos de qué modos y por qué rutas la imaginación, la curiosidad y la inteligencia hacen de la lectura de un ensayo una navegación ante todo placentera —independientemente de la naturaleza de su tema—, y cuáles son los riesgos por eludir y las aventuras a las que hace falta atreverse; y reflexionaremos cómo el ensayista ha de procurar que sus preocupaciones, sus dudas, sus argumentos y sus hallazgos conciernan a cualquier lector —pues los méritos que hacen disfrutable la lectura de un ensayo, cualquiera que sea su asunto, derivan de la medida en que demuestre haber sido absolutamente necesario.
El blog del Taller (www.eltubodeensayo.blogspot.com), en funcionamiento desde la edición anterior, continuará abierto para ir publicando los ensayos que produzcan los participantes.

En esta edición del Taller se proponen los siguientes temas para escribir a lo largo de las dieciséis sesiones. Como de costumbre, es deseable el abordaje ordenado de los temas, pero no indispensable:

SESIÓN I
—Comentarios de apertura a partir de tres preguntas: ¿para qué sirve escribir ensayos?, ¿para qué no sirve escribir ensayos? y ¿cuáles son mis dificultades con el ensayo literario?

SESIÓN II
(Tema para escribir: «La fabricación del recuerdo»).
—Comentarios sobre la lectura de una selección de ensayos de Francis Bacon.
[Del libro Ensayistas ingleses (sel. de Ricardo Baeza, trad. de Ricardo Baeza y B. R. Hopenhaym, estudio prel. de Adolfo Bioy Casares). CONACULTA, México, 1992].

SESIÓN III
(Tema para escribir: «El grito»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «La nueva obscenidad», de Luigi Amara.
[En la revista Picnic, México, mayo-junio de 2006].

SESIÓN IV
(Tema para escribir: «El mejor oficio del mundo» o «El peor oficio del mundo»).
—Comentarios sobre la lectura de los ensayos «La filosofía de las islas», «Sobre los días de fiesta», «El labriego» y «La estación de ferrocarril perdida», de G. K. Chesterton.
[Del libro Ensayos (pról. de Hilaire Belloc). Porrúa, México, 1997].

SESIÓN V
(Tema para escribir: «Las razones del espejo»).
—Comentarios sobre la lectura de una selección del libro Fotocopias, de John Berger.
[Del libro Fotocopias (trad. de Pilar Vázquez). Alfaguara, Barcelona, 2000].

SESIÓN VI
(Tema para escribir: «Los horrores del Paraíso»).
—Comentarios sobre la lectura de una selección del libro Ensayos de Elia, de Charles Lamb.
[Del libro Ensayos de Elia (sel. y trad.de Marcela Fuentealba). ElCobre Ediciones, Barcelona, 2003].

SESIÓN VII
(Tema para escribir: «Un mito en el que escojo creer»).
—Comentarios sobre la lectura del primer capítulo del Diario de Oaxaca, de Oliver Sacks.
[Del libro Diario de Oaxaca (trad. de Jordi Fibla). Océano, México, 2003].

SESIÓN VIII
(Tema para escribir: «Para qué sirven los laberintos»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Horas en una biblioteca», de Virginia Woolf.
[Del libro Horas en una biblioteca (ed. y trad. de Miguel Martínez-Lage), El Aleph, Barcelona, 2005].

SESIÓN IX
Jueves 13 de julio
(Tema para escribir: «Consternación a partir de una insignificancia»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Sobre el secreto en el amor», de Francisco González Crussí.
[Del libro Sobre la naturaleza de las cosas eróticas (trad. de Leticia García Urriza). Verdehalago / Secretaría de Cultura de Puebla, México, 1999].

SESIÓN X
(Tema para escribir: «Los argumentos de la fuente»).
—Comentarios sobre la lectura de una selección de las Voces reunidas, de Antonio Porchia.
[Del libro Voces reunidas (ed. de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, pról. de Jorge Luis Borges, postfacio de Roberto Juarroz). Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999].

SESIÓN XI
(Tema para escribir: «Una ineptitud estimable»).
—Comentarios sobre la lectura de una selección del Diccionario abreviado del surrealismo, de André Breton y Paul Eluard.
[Del libro Diccionario abreviado del surrealismo (trad. de Rafael Jackson), Siruela, Barcelona, 2003].

SESIÓN XII
(Tema para escribir: «Una falsa identidad»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Arte y maldad», de Robert Lowell.
[En la revista Crítica, Puebla, abril-mayo de 2000].

SESIÓN XIII
(Tema para escribir: «El ídolo culposo»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Pasear», de Henry David Thoreau.
[Del libro Pasear (trad. de Silvia Komet). José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, 1994].

SESIÓN XIV
(Tema para escribir: «Nuevos usos para aparatos viejos»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Sortilegio y astrología», de Thomas de Quincey.
[Del libro La farsa de los cielos (trad. y pról. de Jerónimo Ledesma). Paradiso, Buenos Aires, 2005].

SESIÓN XV
(Tema para escribir: «Celebración de un absurdo»).
—Comentarios sobre la lectura de «Palomar en la playa», de Italo Calvino.
[Del libro Palomar (trad. de Aurora Bernárdez). Siruela, Madrid, 1994].

SESIÓN XVI
(Tema para escribir: «Lo indecible»).
—Comentarios sobre la lectura del ensayo «Las herramientas de trabajo», de Rudyard Kipling.
[Del libro Algo de mí mismo (trad. y pról. de Álvaro García). Pre-Textos, Valencia, 1998].




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H. Silla


Maribel Mandarina

En varias ocasiones, cuando veo a los funcionarios de gobierno sentados en aquellas sillas de piel con madera de caoba, disfrutando de instalaciones históricas, buen salario —o, más bien, salario excesivo—, desayunos y comidas gratis, vacaciones pagadas, guaruras, vehículos, fuero... y todo eso por ir a trabajar —bueno, por presentarse en las instalaciones o sencillamente por tener el cargo—, no puedo dejar de preguntarme: ¿cuándo se perdieron? ¿Cuándo este cargo se convirtió en el peor oficio del mundo?
Los orígenes de estos hombres y mujeres son variados; no se puede hablar de una sola clase: hay egresados de universidades públicas y privadas, letrados e iletrados, creyentes y no creyentes, amigos y enemigos, solteros y casados, jóvenes y no tan jóvenes. Con tanta variedad se podría pensar que todas las clases están representadas; pero, al parecer, en cuanto toman posesión de sus sillas se olvidan del mundo que dejan, de las bancas tormentosas de la facultad de leyes, de las filas en los antros para tener derecho a diversión, de las mordidas, del abuso de los patrones y las carencias físicas, económicas, culturales y sociales del México real que ya nada tiene que ver con ellos.
Esas sillas deben estar malditas: los traseros que las van ocupando sólo se preocupan por tener el derecho a desgastarlas el mayor tiempo posible.
Este oficio hace que las personas pierdan la memoria. No culpo tanto a los que siempre vivieron en la opulencia, pero aquéllos a quienes conviene remontarse a sus orígenes humildes en tiempos de elecciones —y olvidarlos al subir a sus camionetas de lujo que los llevarán lejos de los empedrados, tan lejos donde el recuerdo se confunde con la fantasía—, ésos, en verdad os digo, no tienen perdón de quien tenga el derecho a otorgárselos.
Pero para que la fantasía se confunda con la realidad hay partidas establecidas en el presupuesto, ¡y cómo no!, si cada vez que los distinguidos funcionarios tienen que asistir a lugares ricos en carestías se les da su manita de gato, y ahora sí ¿dónde están los problemas? La cuadra se ve iluminada, limpia, la gente recién bañada y sonriente. Seguramente se van a dormir con la conciencia tranquila al ver aquel teatro montado en su honor, aunque en sus inicios ellos hubieran sido los directores de aquellas puestas en escena y, sobre todo, aunque sepan lo que hay tras bambalinas.
En verdad, el peor oficio debe ser el que nos hace ser idiotas, el que nos hace perder el rumbo, el que por beneficiar a unos cientos perjudique, con el hecho de alzar la mano o firmar un papel, a millones. ¿Puede haber oficio peor?
En sí, este oficio debería ser el mejor: tener el poder de ser escuchado, de proponer, de convencer; tener el honor de ocupar aquellas sillas tan sólo reservadas para quienes representan a un pueblo, aquellas sillas en donde se puede luchar sin armas y sin hambre.
Es un oficio en el que no son necesarias grandes cualidades, únicamente honorabilidad, que se escribe con H, como H. Congreso, sólo que esta H no es de honorable, más bien es h de hipotético, de haragán, e incluso hasta puede ser h de hablador.
No es raro que alguien nos pregunte por el significado de la H; yo, en su momento, tuve la curiosidad: palabras pasaban por mi mente, pero ni aun en mi tierna infancia pude imaginar que era H de Honorable; por algo sólo se dice “H. Presidente”, “H. Congreso”, “H. Cámara, amigos y compañeros”; nadie quiere comprometerse ni comprometer y ni siquiera suponer la honorabilidad de aquellos ocupantes de las sillas. Al fin y al cabo la h es muda.
Los aspirantes a la H. silla deberían saber que honorable es ser honrado, merecedor del respeto y la estima de los demás; no es tener la manos limpias: es ensuciárselas buscando mejores propuestas en beneficio de la mayoría. Tampoco es teniendo mano dura: es tener la mano en el corazón para no sucumbir a la intolerancia. De igual manera, no es teniendo el dedo índice de la mano señalando y acusando: es ver que en cada acusación tres dedos nos están incriminando.
Esa tonta H., antepuesta no sé por quién, debería ser lo primero en desaparecer en la siguiente administración. Si quitaron la mitad del escudo nacional, no veo el impedimento de acabar con la H.
Debemos recordar: “no juzgar antes de conocer”; sólo al final podremos anteponer la letra correspondiente, una letra que no calle.

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Pensando en México

Maribel Mandarina

Ahora estoy triste y no puedo remediarlo. Estar triste me enoja; la tristeza no produce sino más tristeza, aunque debo reconocer que alguna vez me hizo sentir viva. Viva porque pensé morir, pero bien dicen que de amor nadie se muere, aunque de tristeza sí.
Se desea morir no por el mucho amor que le tengamos a alguien (y no hablo de algo), sino para acabar con la tristeza, la desolación, y sobre todo acabar con los recuerdos.
Los recuerdos vuelven a nuestra mente una y otra vez: antes pétalos de rosa, hoy espinas, seres humanos tan vulnerables... Pero ahora la tristeza no viene de un amor, sino viene de la historia.
Esa historia que se va formando con caras, lugares, fechas, los buenos y los malos. Hidalgo era bueno, Morelos también, Santana fue malo, Porfirio estuvo en los dos bandos y Juárez es orgullo nacional —por tanto entra a la categoría de bueno, aunque para algunos ser masón no es cualidad.
Entre buenos y malos, pero más bien sería entre reconocidos y olvidados, reconocidos sus rostros y olvidados los ideales. Ideales como la lucha que encabezaron los obreros para mejorar las condiciones de trabajo, y condiciones de trabajo que entierran 65 mineros.
¿Dónde quedaron los ideales de lucha? Los hermanos Flores Magón, presentes por doquier: colonias, calles, avenidas y ciudades; ciudades que deberían llamarse “Los Patrones se Obligan a Pagar Indemnizaciones por Accidentes Laborales”, y debieran tener la Av. Revolución bajo la leyenda “Ninguna libertad se gana sin esfuerzo, ni se conserva sin lucha”.
Lucha de héroes nacionales que van quedando en olvido, derechos obtenidos pero no conservados por la falta de valor, o el exceso de comodidad.
La comodidad no es tan cómoda, pero podemos aguantar mientras al cómodo colchón no se le salten los resortes. Los resortes son un impulso, por tanto procuramos deshacernos del colchón para evitarlos en medio de la comodidad. Comodidad deteriorada por el pasar de los años, y el colchón no aguanta más. No aguanta desde hace mucho, cuando se votó por Cuauhtémoc Cárdenas, y ganó, pero dimos vuelta al colchón y aguantó tres sexenios más.
Tres sexenios son 18 años: 18 años que hacen mayoría de edad, edad en la que ya se puede votar. ¿Votar? ¿Por quién? Estamos acorralados: ya no hay vuelta de colchón, atrás están los rostros y adelante los ideales. Ideal sería no pensar en comodidad y si en comunidad.
Comunidad enojada, indignada y desilusionada; desilusión es casi igual a tristeza, esa tristeza que siento por vivir tan cómoda.

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