El faro del fin del mundo

Ana Rosa González Carmona

Las fuertes corrientes arrastraron al bergantín en medio de la tormenta. Los relámpagos rompían las tinieblas de la noche y hacían ver, para espanto de los marineros, los altos arrecifes de la costa. El capitán, que sostenía con dificultad el timón, había ordenado arriar las vela; el vigía, atado al mástil mayor, escudriñaba en medio de la oscuridad el horizonte. La nave crujía al embate de las olas, amenazando con romperse, cuando de pronto vieron todos una luz, una luz que los llenó de esperanza al darse cuenta de que provenía de la linterna de un faro. ¡Estaban salvados!
¡Cuántas historia tejidas alrededor de los faros desde épocas remotas! ¿Qué ideas trae a mi memoria la palabra faro? El faro, para mí, representa la esperanza —firme como la torre que sostiene la linterna— que alguien siempre enciende al caer la noche: esa luz que nos guía mostrándonos el camino para salir de los mares encrespados de nuestras pasiones, que nos ayuda a evitar golpearnos contra los acantilados de la costa destruyéndonos, que nos permite llegar al puerto para reparar el timón volviendo a ser dueños de nosotros mismo, a carenar el casco de nuestra embarcación, para devolver salud y firmeza a nuestra mente, a recuperar las fuerzas y aprovisionarnos de agua fresca, agua de vida nueva para reanudar el viaje, a continuar la lucha que representa vivir.
Nuestro mundo convulsionado por el terrorismo, las guerras, el creciente consumo de drogas, la discriminación, la violencia... Necesita una luz que aclare las tinieblas, que haga comprender a la humanidad que va a la deriva, que la tierra está crujiendo ante la destrucción masiva a la que la estamos sometiendo, que sin ese faro —que podemos suponer en los confines del mundo— vamos a encallar en algún lugar del universo.

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1 comentarios

  1. Anónimo // 7:34 a.m.  

    Me encantó este tema del faro y la forma en que lo representas es esperanzadora.

    Maribel