Ernesto Sabato: el arte de la resistencia

Manuel Moreno Martínez

Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas entonces se utilizan historias. Así funciona desde hace siglos.
Alessandro Baricco

Algunos autores nos acompañan mucho tiempo, ignoro si por siempre, pero muchos aparecen en el momento indicado. El gusto varía de acuerdo a edad e intereses, con qué busca uno en la lectura o qué encuentra…
Ernesto Sabato, con La resistencia, conjuga a brujo y hechizo en un acto: abrigo cálido que aparece cuando más frío siente el cuerpo. Libro formado por cinco capítulos, cinco días de lectura fueron necesarios para degustarlo, y muchos más para tornar con frecuencia a la reflexión.
¿Por qué La resistencia? Tal vez porque el autor pertenece a la vieja guardia y allí encontré marcas distintivas de familia; y con certeza porque vi mi doloroso reflejo en medio de la encrucijada a donde había llevado mi vida, al borde de la espiral. (¿Es invariable encallar en lo anecdótico al escribir, aferrarse a lo más cercano y seguro que se tiene, a uno mismo?). Buscaba una ruptura con el vértigo, reconstruir sobre ruinas; el libro, mudo compañero, llegó durante el proceso.
En La resistencia, Ernesto Sabato se muestra contemplativo, reflexivo en el ocaso de su vida; se torna también en mensajero que señala al arte como “un intento de reconciliación con el universo de esa raza de frágiles, inquietas y anhelantes criaturas que son los seres humanos (…) que habrán dejado de ser un simple animal pero no habrán llegado a ser el dios que su espíritu les sugiera (…) pintando o escribiendo una realidad distinta a la que desdichadamente los rodea, una realidad a menudo de apariencia fantástica y demencial pero que, cosa curiosa, resulta ser finalmente más profunda y verdadera que la cotidiana”. Ahora, con más ansia e intensidad que en otro punto de su vida, Sabato se sujeta a la pintura para aplazar el día en que las manecillas del reloj completen la última vuelta. Así, cada cuadro que inicia se convierte en prórroga de lienzo y óleo colorido.
Existe un cuadro del pintor inglés Atkinson Grimshaw donde encuentro a Sabato. La totalidad de su creación pictórica está fechada durante la segunda mitad del siglo xix. Leeds, su pueblo natal, que permanece envuelto entre niebla y luz mortecina la mayor parte del tiempo, fue una influencia definitiva y definitoria en el tema y estilo de su obra. Experto en paisaje urbano, los cuadros de Grimshaw tienen la característica de reproducir la cálida luz artificial surgida de vitrinas y ventanas para crear contrastes con el débil brillo del casi ausente sol de Inglaterra. La Galería de Arte de la Ciudad de Leeds exhibe un óleo de cuarenta por sesenta y tres centímetros titulado “La noche cayendo sobre el Támesis” firmado por Grimshaw. La escena, bañada de un verdor inusual en el cielo londinense, transcurre con serena tranquilidad: barcos anclados que han replegado las velas sobre sus mástiles contoneándose sobre el río; dos marineros en la cubierta de una barcaza finalizan su jornada laboral; en segundo plano, tanto por la distancia como por el velo de niebla que le rodea, la catedral de San Pablo se erige con majestad; el cielo, nublado. El sol, antes del ocaso, aparece difuminado entre las nubes, y su reflejo ondula encima del agua. Algunas luces ya encendidas en los barcos y en tierra son preludio del incipiente anochecer: una vejez tranquila donde palpita ese momento solemne y estático que anhela permanecer antes que el manto nocturno cubra la estampa.
(Con Manuel Gutiérrez Nájera sucedió de otra manera: se encontraba rodeado por familiares, parientes cercanos y amigos íntimos en su última noche. “¿Por qué sonríes así?“, le preguntó alguien, al ver brillar en sus ojos cierta curiosidad estoica pese a su grave estado de salud. Él, con una sonrisa en el rostro, respondió: “Por fin conoceré el enigma”. Y en ese momento partió.)
Volvamos al arte de la resistencia, a Sabato. Artífice en la palabra escrita, deja caer, sin recato ni inocencia, la pregunta que ha sido piedra angular de la filosofía del arte: “¿Qué pasaría si los humanos fuésemos despojados de la música, de los libros, de la plástica…?”. La volveríamos a crear, sin duda alguna, como respuesta a una necesidad espiritual. Sabato sostiene que vivimos el fin de la cultura occidental, propone que dejemos de repetir los moldes que fueron su sello, que ya son huella, que mejor la dejemos deshojarse, (¡que la noche caiga sobre el Támesis!). Si reiteración es historia, se demuestra que las civilizaciones, en su ciclo natural de inicio/auge/decadencia, han originado obras de arte realizadas con portentosa habilidad. Pero también han sido destruidas muchas de ellas, a veces, junto con sus culturas madre. Las civilizaciones desaparecen, pero entre los hombres permanece vivo el afán de expresarse mediante ese algo indefinible y lúcidamente distinto que llamamos arte.
Si la divinidad existe, el arte es vínculo entre esa presencia celestial y la imperfecta existencia del ser humano. Porque la práctica estética motiva raciocinio y sentimiento: el arte, además de comunicar, cumple una función de regeneración interna. Al contemplarlo uno accede al subgénero de eternidad con que se conecta el artista y nos conecta a los testigos, objeto directo de su genio. Como sucede con Sabato: pobre de aquél que se acerque a su obra y permanezca imperturbable. Descarnado y hasta cruel en sus primeros trabajos literarios, hoy se convierte en su propio redentor mediante la pintura antes del ocaso de su vida. En el epílogo de La resistencia, Ernesto Sabato agradece al lector su presencia. Y a mí me deja una sensación de gratitud por mostrar esa parte sensible, maduramente temerosa antes del fin. Las gracias se le deben a él.

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