El cuarto de los tormentos

Por Maribel Barona Peralta

Siempre lo desconocido, lo prohibido y misterioso, despierta en nosotros la curiosidad. Cuando se juntan estos dos ingredientes, más una casa llena de misterio, puede resultar en la infancia de un niño una experiencia digna de recordarse.
La casa de mis abuelos era un lugar enigmático para todos los nietos: había puertas que nunca se abrían, armarios con candados, voces del exterior que no conocíamos, pero sobre todo estaba el Cuarto de los Tormentos, sin duda el mayor misterio de la casa.
Todos sabíamos que la amenaza de mi abuelo si nos portábamos mal era mandarnos a ese cuarto —de nombre tan terrible para todos nosotros. Pero debía ser tan tormentoso que mi abuelo nunca envió a nadie ahí, a pesar de que muchas veces quisimos que alguien fuera enviado para descubrir el misterio —claro, siempre y cuando no fuéramos nosotros mismos.
Siendo niños tratábamos de que alguien nos dijera que había en ese cuarto, pero todo era en vano: nuestras madres tenían la consigna de no decir nada, nuestro tío sólo nos decía que no se nos ocurriera acercarnos ahí nunca, y entonces todos nos preguntábamos: ¿qué había ahí? Claro que el cuarto estaba bien resguardado, y para llegar a él teníamos que pasar por varias zonas prohibidas: primero, lograr subir las escaleras que nos llevaban a una puerta que nunca se abría, y que daba a unas escaleras que, por supuesto, daban a otro cuarto que nunca conocí; pasando la puerta había que entrar al cuarto de mi tía la soltera, en donde todo se encontraba bajo llave, y luego al cuarto de mis abuelos, tan lleno de recuerdos y melancolía… Después la puerta que daba al lavadero, y luego empezaba la zona de peligro: la azotea. Ahí había toda clase de plantas y macetas, desde un rosal en una llanta hasta perejil saliendo de la cabeza de una muñeca, y al final un alambrado que nadie podía pasar, y a lo lejos podía verse el Cuarto de los Tormentos, siempre cerrado y lleno de peligro. Finalmente, para poder llegar había que pasar de una azotea a otra por medio de una viga y sin mirar hacia abajo.
Las principales versiones que circularon eran que ahí vivía una persona, que bautizamos con el nombre de Filito, y del cual había un retrato en el cuarto de mi abuelo. Ese hombre misterioso era el que vivía ahí, pero era tan malo que lo encerraron para que no hiciera de las suyas.
Otra versión era que en verdad había aparatos de tormento como los que se usaban en la Edad Media, y que nuestras madres eran castigadas ahí cuando eran pequeñas.
Y, por último, que era un cuarto oscuro en donde nunca entraba la luz, habitado por espíritus, los cuales nos dirían como mejorar nuestra conducta.
¡Qué importante era ese cuarto para todos nosotros! Nos permitía echar a volar la imaginación y transportarnos a mundos desconocidos sin necesidad de recurrir a las novelas de la televisión; podíamos crear la historia que quisiéramos para cada puerta con candado, para cada retrato y para cada voz que escuchábamos, siempre alentados por mi abuelo, que disfrutaba vernos con nuestras incógnitas.
Siempre recordaré esa casa y sus misterios; siempre recordaré a mi abuelo lleno de bondad, y a mi abuela con sus refunfuños y sus deliciosos sopes. Siempre recordaré el Cuarto de los Tormentos, y más ahora que ya no existe esa casa, ahora que mi abuelo tiene mal de Alzheimer y no tiene memoria, ahora que mi abuela vive sin vivir en una cama, ahora que el Cuarto de los Tormentos no forma parte de la niñez de esta generación.
Ahora todos sabemos lo que eran todos esos misterios, sabemos que la casa de mis abuelos fue construida conforme se fue necesitando, y se fueron abriendo y clausurando puertas: sabemos que las voces eran de la vecindad de al lado, sabemos que a mi abuelo le gustaba inventar cosas y que tenía herramientas peligrosas bajo llave para que no nos hiciéramos daño, que ya no sabía dónde poner tantas plantas de mi abuela: sabemos que mi tía estaba estudiando para doctora y que con tanto sobrino suelto por la casa debía proteger sus cosas: sabemos que Don Filito era en realidad el retrato del padre de mi abuelo, sabemos que el Cuarto de los Tormentos era en realidad el cuarto de los tiliches en donde había recuerdos de toda una vida.
Tal vez ahora lo sepamos todo, pero tal vez sea hora de compartir el Cuarto de Tormentos y construir uno para la generación de hoy.

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